La Hacienda La Elvira

Crónicas de Altagracia de Orituco

Pedro Calzadilla Álvarez
5 min readOct 3, 2021

Lunes, 18 de agosto de 1941

El día lunes, a eso de las 8:00 de la mañana, iniciamos la travesía por el río Orituco desde el paso de La Susana. Tuvimos suerte, el día estaba claro y no había amenaza de lluvia. El destino final era la hacienda Quebrada Grande, situada en plena montaña de Guatopo. Íbamos con un arreo de siete animales conducidos por Remigio, hombre de confianza del propietario de la finca, mi tío Enrique Álvarez. José y yo de jinetes y Félix, nuestro hermano mayor, caminaba al lado de los burros, cuidándonos. Allí iniciamos el viaje, río arriba hacia el norte, en el que empleamos unas seis horas aproximadamente. Casi todo el tiempo anduvimos costeando el río, hasta que llegamos al sitio conocido como La Raya, lugar donde la quebrada Guatopo revuelve sus aguas con las del Orituco. Desde ese lugar en adelante, la corriente del río se desplaza de este a oeste por un estrecho cañón, que apenas deja minúsculos espacios planos en sus orillas. Ello nos obligó a andar ese tramo, en su mayor parte, dentro de las aguas. Más adelante, a unos tres o cuatro kilómetros, la quebrada Grande irrumpe por la izquierda, vertiginosa, y añade sus aguas al caudal del Orituco. En este punto, abandonamos el cauce del río y avanzamos a contracorriente de la quebrada, por las laderas que bordean el serpenteante torrente. Luego de andar una media hora, llegamos al punto final de nuestro viaje: la vivienda familiar del tío Enrique que, junto a las instalaciones para el procesamiento y secado del café, conformaban una bella unidad arquitectónica.

Quebrada Grande fue una hacienda cafetalera que estuvo situada en las escarpadas laderas de las nacientes de la quebrada del mismo nombre, muy cerca de las fuentes que dan origen al río Orituco. No obstante haber sido una reducida plantación, tenía pequeñas instalaciones para el procesamiento inicial del grano, consistentes en una pequeña descerezadora, equipo que rompe la baya y separa los cotiledones, accionada por la fuerza hidráulica que movía una enorme rueda de madera. También contaba con un amplio y fabuloso espacio cubierto con ladrillos rojos, donde el grano era secado al sol después de pasar por los tanques de lavado. La producción de la hacienda en los años de bonanza, según estimaciones que en alguna ocasión le oí a su propietario, fue de unos 200 a 250 quintales, los cuales eran transportados, en los meses finales del año, por aproximadamente 15 arreos de mulas, y consignados a la “oficina beneficiadora” de Santiago Infante, agente en Altagracia de Orituco de empresas exportadoras de Caracas.

Pero ahora entremos en el motivo de esta breve historia: la famosa hacienda La Elvira. En septiembre, de regreso a la escuela Ángel Moreno y durante el receso largo, me encontraba haciendo un ostentoso recuento de las experiencias vividas en la hacienda Quebrada Grande y de mis “amplios conocimientos” sobre el cultivo y tratamiento del café cuando, de pronto, uno de los embelesados oyentes que me rodeaban me interrumpió, y me soltó a “boca de jarro”:

— La hacienda Quebrada Grande “no le da ni por los talones” a La Elvira.

Efectivamente, La Elvira fue la más grande y próspera hacienda de café que existió en todo el municipio Monagas, y tal vez en todo el norte del estado Guárico. Estuvo situada muy cerca de la población de Macayra. En sus últimos años, perteneció al señor Manuel Salvador Sierra y, al final, en la década de los años 40, estuvo bajo el dominio de un banco del Estado, luego de haber sido rematada por deudas. Yo conocí sus instalaciones como visitante en los años 70, después de que sus ruinas fueran restauradas y convertidas en sitio turístico dentro del parque nacional Guatopo.

No tengo cifras de su producción ni de los arreos de mulas que había que habilitar cada año para transportarla, pero por las monumentales dimensiones de sus instalaciones, edificadas en medio de la selva y a la orilla de una quebrada, los quintales de café producidos anualmente debieron ser muchos, tal vez varios miles. La hacienda La Elvira, junto con muchas otras pequeñas plantaciones, fue factor primordial en el extraordinario crecimiento y auge económico experimentado por el pueblo de Macayra durante las tres primeras décadas del siglo XX. De pequeña aldea campesina, refugio de esclavos cimarrones escapados de Barlovento, pasó a ser, además de un hermosísimo poblado, una pujante urbe con una impresionante actividad mercantil, que motorizaban unas seis o siete importantes casas comerciales, conjuntamente con algunas “oficinas beneficiadoras” de café.

Después de la Independencia, la economía de los pueblos del valle de Orituco, como en toda Venezuela, languidecía en medio de las contradicciones y rivalidades de la Primera República. Pero la creciente demanda de café por parte de las economías occidentales en expansión incentivó, durante la segunda mitad del siglo XIX, la ocupación de las serranías situadas al norte del municipio Monagas por un grupo de intrépidos pioneros. Ellos dieron nacimiento y desarrollo a una economía muy rentable en aquellos años: la agricultura cafetalera, base de sustentación del crecimiento y auge de Altagracia y Macayra durante las últimas décadas del siglo XIX y las dos primeras del XX. Pero a partir del año 1929, con la Gran Depresión y posterior inicio de la Segunda Guerra Mundial, se produce una profunda contracción de la demanda y de los precios en el mercado mundial. Esta crisis se agudiza en los años subsiguientes hasta que, en 1958, el Estado emite el decreto de creación del parque nacional Guatopo, partida de defunción de la agricultura cafetalera en la microrregión y decisión indispensable para la preservación de las fuentes de agua de las cuencas de los ríos Orituco y Taguaza.

Para finalizar, tengo que reconocer que mi cuestionador compañero de la escuela Ángel Moreno tenía toda la razón: la hacienda Quebrada Grande “no le daba ni por los talones” a la hacienda La Elvira.

La foto corresponde a la entrada de la hacienda La Elvira. Una enorme edificación de dos plantas, donde funcionaban la administración, la pulpería, la botica, la escuela y las dependencias familiares. Fotografía: Rafael González Varela. Tomada de: www.flickr.com/photos/rafaelgonzalezv

En la gráfica se puede apreciar el amplio patio de ladrillos rojos, donde se secaba el café después de descerezado y lavado. A ambos lados, las instalaciones para el tratamiento del grano antes de secarlo al sol. Y al fondo, la construcción que alojaba las dependencias familiares, educativas, comerciales y administrativas. Fotografía: Rafael González Varela. Tomada de: www.flickr.com/photos/rafaelgonzalezv

Pedro Calzadilla Álvarez

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Pedro Calzadilla Álvarez

Crónicas de Altagracia de Orituco en los años cuarenta del siglo pasado, basadas en mis recuerdos de infancia.